Escrito por: Julia Cristina Ortiz Lugo
Vivir en este país, agota. Es el mito de Sísifo hecho cotidianidad. Una vez más volvemos a la misma historia: la semana de la puertorriqueñidad. Más o menos todo el mundo sabe el cuento: tanto populares como penepés no saben qué hacer con esa capacidad de invencibles que tenemos lɷs puertorriqueñɷs. A los azules les molesta por unas razones y a los coloraos por otras. Los coloraos han logrado pasarnos gato por liebre muchas veces porque traen el tatuaje de que crearon el Instituto de Cultura. Pretenden vivir de glorias pasadas. La realidad es que unos (los azules) dan la batalla directa por acabar con todo lo que huela a puertorriqueñɷ y los otros (los coloraos) por cobardes no deshacen los entuertos que hacen los azules y a veces en este afán de parecerse cada vez más a lo que piensan que es la fórmula ganadora, pues se pasan. Por eso, nos dejaron el importante legado de consolidar las clases de estudios sociales, así como la “aportación” a la productividad del país al eliminar los días de fiesta que nos remitían a nuestra historia. Para el caso, el resultado es el mismo: ambos han atentado contra el derecho que tienen nuestrɷs estudiantes a saber de dónde vienen, a contextualizar lo que nos pasa, a saber que cuentan con referentes más dignos que quienes comentan obsesiva e impulsivamente las noticias en los redes sociales y mucho mucho más recordables que quienes buscan el “honor de servir al pueblo puertorriqueño.” Tengo visiones encontradas en cuanto a la famosa semana de la puertorriqueñidad. En primer lugar, porque hace mucho que sabemos que la puertorriqueñidad como la españolidad o la gringuidad es un concepto bastante inútil. No hay tal cosa como una puertorriqueñidad o una argentinidad o una colombianidad. Saber que compartimos un cielo, unos sucesos históricos, un paisaje y hasta un mismo gobierno, no nos hace iguales. Es bastante fácil de entender si pensamos por ejemplo, cómo reaccionamos en estos momentos a asuntos tan diversos como las cenizas, el chinchorreo o la imposición de la ciudadanía americana. Ese concepto de puertorriqueñidad nos lo han construido y cualquiera que tenga el tiempo y las ganas de leer todo lo que se ha escrito al respecto sabe que está tejido a partir de visiones excluyentes y visiones de poder. Se nos ha enseñado a repetir la versión de la historia que construyó un sector. También es fácil comprobar que la intervención saludable de algunos sectores ha logrado que el concepto se abra y fluya un poco más inclusivamente. Eso no quita que para mucha gente en nuestro país, ser puertorriqueñɷ se limita a la música y a la gastronomía. Para otros solo son puertorriqueñɷs, lɷs jíbaros (concepto igualmente construido por un sector), sólo el campo es el paisaje típicamente puertorriqueño. Otrɷs en su loable afán por incluir, por ejemplo, la afropuertorriqueñidad, se han dado a la tarea de inventarnos un pasado que tampoco existió, copiando, imitando o trasladando costumbres o tradiciones que probablemente nunca se dieron aquí o al menos no hay constancia de que las tuvimos. Creo que este breve párrafo da cuenta de cuán difícil es aprehender la llamada “puertorriqueñidad”. En el fondo, somos un país intervenido y por eso, se dan estas oleadas de acabar con una versión para montar la otra y todo con la misma intención: agarrar la rienda y mover el animal hacia donde me conviene a mí. En el medio de todo eso, está el estudiantado, está la gente. Así es que en el fondo nuestro problema no se trata de si celebramos o no una Semana de la Puertorriqueñidad. Si hasta la fecha es horrible! El “descubrimiento”, por Dios! Hemos escogido la fecha en que comenzaron todas nuestras cuitas para olvidar eso y ¡proclamar que sabemos recitar Calabó y Bambú, Bambú y Calabó, que existen los volantes y las flores de amapola y que podemos construir machetes de embuste! Con esto no quiero decir que apoyo a la Gerente del Departamento de Educación al diluir y encontrar esa tronco de excusa burocrática para salirse del apuro. Todos los países normales celebran su patrimonio, su cultura, lo hacen con alegría y con orgullo. No en muchos se hace críticamente, igual que no se organiza una fiesta de aniversario para hablar mal de la pareja. Es el momento de celebrar, de recordar. Por eso, resulta bastante antipático y claramente irritante que la Gerente se haya buscado ese subterfugio para acabar con una práctica a todas luces normal. Eso tampoco quiere decir que no se haya pasado la hora de que reflexionemos con profundidad para qué nos sirve a lɷs puertorriqueños esa semana. Entiendo que muchas personas le concedan valor de resistencia a la actividad a lo largo de la historia, le veo sentido a ese razonamiento. Pero no creo que se pueda rechazar el argumento de que eso NO es suficiente. En el Departamento han pasado y pasan cosas más destructivas y de las que no se habla lo que se debiera. Cualquier persona que haya trabajado con jóvenes estudiantes sabe que no es suficiente. Lo sabemos quienes hemos comprobado día a día en nuestros salones qué pocos referentes, qué poco conocimiento, pero sobre todo qué poca reflexión sobre la historia y la cultura de Puerto Rico es capaz de hacer la mayoría de nuestrɷs jóvenes. Recuerdo una vez, en este siglo ya, que un profesor de historia de cuarto año en una escuela me llamó a una esquina para decirme con cara de horror y susto: “¿Usted sabía que en cuanto a la historia de Puerto Rico se enseña en séptimo o sexto (eso no lo recuerdo con claridad) solo hasta los africanos, con especial regodeo en los indios y luego en cuarto año desde el 1898 para acá?“ No tuvo que explicarme la lógica que es evidente, así lɷs puertorriqueñɷs que salen de nuestros salones adquieren la peligrosa y perturbadora idea de que Puerto Rico solo existe con la llegada de los americanos. Lo peor es que tanto el dato del profesor, como la conclusión que logra esa práctica me la confirmaban, cuando les preguntaba, año tras año a mis estudiantes en la universidad. Así es que la Semana de la Puertorriqueñidad no ha logrado mucho contra esa otra decisión del Departamento de “Educación.” Esta realidad nos deja con lo que es mi propuesta real. Quienes tienen el encargo de “educar” en su acepción más digna y profunda, o hasta en su acepción más literal de instruir, tienen la obligación de cumplir con su deber más allá de lo que la Gerente del Norte decida por las razones por las que lo haya decidido. Den la batalla porque se restituya si le ven valor, pero no se contengan ni se detengan ahí. NO es suficiente declamar a Palés. Oblíguense a estudiar bien la historia, la que nos han explicado nuestrɷs historiadores/as más reflexivɷs y confiables. Solo así podrán contar al Puerto Rico verdadero, al que nos han ocultado tirios y troyanos porque les conviene, porque se les va la vida en confundirnos. Oblíguense a pensar y a contextualizar, tómense el trabajo de salpicar todas sus clases con la historia que el Departamento no quiere que nuestrɷs estudiantes sepan. Utilicen todas las materias para dignificar la autoestima de nuestrɷs estudiantes. Afortunadamente nuestro patrimonio es amplio, diverso y es nuestro deber hacerlo representativo, pertinente y coherente. Esa es la mejor manera de resistir, esa es la mejor manera de recordar los referentes que este país tiene en todas las épocas y en todas las materias. Esa es la única manera de sobrevivir. No hay carta circular que pueda contra eso. Mi mayor sorpresa en mi vida profesional me la han proporcionado mis estudiantes de la clase de Mujer y Folclor. Habiendo creado ese curso para suplir una necesidad del Certificado de Género del Departamento de Estudios Hispánicos en el RUM, pensé que era una locura y que el curso sería un natimuerto pues se le vería como una chochera de una maestra obsesionada. La buena acogida que tuvo ese curso me hizo arrepentirme de no haberlo creado mucho tiempo antes. Es una experiencia que me confirma lo que había visto en otros cursos. Nuestrɷs estudiantes están ansiosɷs por saber, por conocer de su país, de nuestra cultura, de nuestros conflictos y de nuestras conversaciones culturales. Su desconocimiento no es culpa de ellɷs sino de nuestro sistema que vive y crece de crear enajenadɷs. Para revertir eso están lɷs maestrɷs. Esta es la tarea que les espera, con o sin Semana de la Puertorriqueñidad. Necesitamos puertorriqueñɷs con sentido de pertenencia, con cultura crítica, con estrategias de discernimiento y con capacidad para leer lo que viven. Necesitamos puertorriqueñɷs con autoestima nacional, puertorriqueñɷs que puedan buscar los referentes que nos dan impulso, fuerza y valor. Insistiendo y promoviendo la celebración de una “puertorriqueñidad” dócil, fofa y repetitiva no nos producirá lɷs puertorriqueñɷs que necesitamos para ahora y para después. Se aprenderán los versos que les permitan reconocer el apelativo El Gran Cocoroco, pero seguirán sin saber cómo leer la narrativa del emblema del Instituto de Cultura ( que por cierto ni saben lo que es, año tras año lo compruebo), seguirán sin tener ni idea de quiénes a través de su producción literaria se esfuerzan por contarnos el país y su complejidad, seguirán sin reconocer el valor de “todas las manos que hoy trabajan”, porque seguirán pensando, repitiendo y peor aún glorificando que Puerto Rico nació en el malhadado día del 98. Este escrito es la opinión exclusiva de la autora. Ni el fundador de Casa Paoli, ni su Junta ni su Presidente fueron consultados antes de escribir este texto. * Dicho por William Villafañe en: https://www.elnuevodia.com/noticias/politica/nota/lanominadelejecutivotieneaumentossalariales-2327940/
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